martes, 14 de julio de 2015

La soberana del Nilo


Mi gato Neil estaba en el río Nilo, a él le gusta mucho estar ahí y a mí me gusta mucho estar con él; de repente, Neil se fue, quizás volvió a casa, yo aún no quería irme, así que me quedé un rato más; súbitamente, sentí que alguien se me acercaba muy lentamente por la espalda; enseguida, voltee, y qué sorpresa: un señor mayor era lo que me preocupaba, yo le pondría unos 90 años. Al mirarme, empezó a sonreír  y, al extender su mano vieja y arrugada, me dio un extraño anillo que parecía viejo y frágil, cuando volví a voltear para devolverle el muy raro objeto, ya no lo vi, lo busqué por los alrededores y nada, es como si se hubiera esfumado en el aire. Ya se estaba haciendo tarde, así que decidí buscarlo mañana.

Al llegar a casa, mi mamá me regañó como nunca: “¡Se puede saber dónde estabas, nos tenías preocupados, cómo se te ocurre llegar tan tarde!”. Tan enojada estaba, que me llamó por mi nombre completo: Isabel de la Rosa; y lo gritó tan fuerte que creo que lo escuchó toda la cuidad. Después de eso, me mandó a mi habitación sin cenar; de todas maneras, no tenía hambre; con el anillo misterioso, ¿cómo iba a comer?, me quedé observándolo largo rato y noté que había algo escrito, no se leía muy bien; además, creo que estaba en otro idioma.

 Al día siguiente, la cabeza no me dejaba tranquila, así que decidí investigar el extraño anillo y a la vez buscar el anciano que me lo dio; no hay mejor lugar para buscar información que en la biblioteca; lastimosamente, estaba cerrada en vacaciones, lo único que estaba abierto donde podría investigar era el museo, no tuve más opción que dirigirme hacia allí. Ya me encontraba en las puertas principales del mismo, cuando una señora se acercó:

-¿Qué haces aquí?, se supone que no deben alejarse del grupo.

Diciendo esto, me arrastró dentro del museo regañándome por todo el camino y me juntó con un grupo de niños de mi misma edad; al parecer, estaban en una visita vacacional en el museo; sin querer, choqué con un chico que parecía muy serio, tanto así que se me parecía a uno de los guardias que se encuentran en Londres, esos que no se mueven por nada del mundo.

-Perdón, no vi por donde iba-dije un poco apenada

-No hay problema, tú no estás en la clase, ¿qué haces aquí?

 -Una señora me trajo arrastrando.

No sé muy bien porqué, pero le conté todo lo que me había sucedido y aún yo no sabía ni su nombre.
-Ya te conté lo que me pasó, pero aún no sé cuál es tu nombre.
Él me dijo que se llamaba Marcos Custos; enseguida, recordé la clase de historia de mi escuela y recordé que Costos es algo así como “protector”, pero pensé que sería mejor no decir nada que pudiera parecer malinterpretado.

Cuando me di cuenta, ya había empezado el recorrido del curso en que esa extraña señora me había metido, la verdad es que ya me estaba aburriendo hasta que el encargado de mostrarnos todo el museo y explicarnos cada una de las piezas, mencionó algo sobre un anillo perdido, un anillo muy importante que le perteneció a la última reina del Antiguo Egipto, Cleopatra, que se suicidó con el veneno de una serpiente; según entendí, ella se lo dio a alguien, pero, al parecer, ese alguien desapareció.

 Al escuchar esto, me alejé del grupo para preguntarle otras cosas al señor, pero cuando estaba por gritarle sentí nuevamente que alguien estaba acercándose, pensé que era el señor viejo que me dio el anillo el otro día, así que saqué el anillo sin pensarlo dos veces y se lo mostré a la persona que estaba acercándose, y dije: “Aquí tiene el anillo que me dio el otro día”, al sentir que habían tomado el anillo, abrí los ojos que estaban cerrados por la gran sonrisa de satisfacción que hice y el que tomó el anillo, no era el señor viejo, era¡¿Marcos!?; inmediatamente, le quité el anillo y le grité:

-¡Pero qué rayos y centellas haces aquí!

-Vi que te alejabas y tenía curiosidad así que decidí seguirte-dijo él con una expresión fría, pero, por alguna razón, no me dio miedo y, al menos, era sincero.

Marcos volvió a tomar el anillo, pero esta vez se lo puso, ¿en qué pensaba?

-¡¿Qué haces?!

-No me vas a decir rayos y centellas- esta vez dice sonriendo, ahora que lo pienso, ya no parece un soldado de Londres, debe ser que actuaba así porque no me conocía.

-¡Quítate el anillo!

Intenté quitárselo, pero no pude: es como si el anillo  estuviera pegado a él por una especie de magia. De repente, nos tomaron de las manos y nos jalaron como dos perros arrastrados por sus correas, yo estaba muy asustada hasta que escuché una voz conocida, rabiosa que nos gritaba:

-Pero que alboroto tienen ustedes allí, además de que se separaron del grupo.

Ya era obvio quién era, ¿quién más me regañaría por escaparme de un grupo que ni siquiera conozco?; seguramente, era la señora que me confundió con uno de sus estudiantes, pero sentí un alivio de que no fuera alguien que fuera detrás del anillo, después de todo es un objeto antiguo, valdría mucho dinero y gritamos tan alto que seguramente escuchó la mitad del museo. Pero ahora el problema era otro, ¡¿Cómo le quito el anillo a Marcos?! Sin embargo, ya era la una de la tarde, si llegaba tarde a casa otra vez, estoy segura que mi mamá me mataría y no puedo dejar el objeto a Marcos; no hay más opción, tendré que hacer que él me ayude y no se aparte de mí.

Después de ser atrapados y arrastrados por la que parecía la profesora encargada del viaje al museo, seguimos con el grupo y entramos a una habitación nueva en el lugar, titulada “La pirámide del amante”; según lo que nos contaron, era llamada así porque creía que dos amantes se encontraban aquí, pero no era una pirámide completa, sino un pedazo de pirámide, para ser específica, era solo la puerta y no le vi mucha importancia, cuando salimos, pensé en decirle a Marcos:

-Mejor es que sigamos buscando información del anillo y me imagino que ya sabes que me tienes que ayudar, ya que tú tienes el anillo.

En ese momento, me di cuenta que no estaba a mi lado, pero ¿por qué?, me apresuré a encontrarlo y estaba donde la “puerta sin importancia”.

-Qué haces aquí- dije susurrando

Se quedó callado y noté que observaba la cerradura de la puerta, parecían dos manos y, entre ellas, había una forma de ¡un anillo! Intenté colocar mis manos en la cerradura, pero, al parecer, solo una de ellas se puso de un color brillante, como si solo aceptara una mano; en ese momento, Marcos se quitó el anillo, ¿no y que estaba pegado? Creo que me engañó o, al parecer, se soltó por el sudor de la mano, quizás le quedaba ajustado y no me dijo nada; al colocar dicho objeto, solo faltaba otra mano que no sea la mía:

-Colocaré mi mano- mencionó Marcos después de estar como mimo un buen tiempo.

Moví mi cabeza de arriba para abajo, estaba emocionada y a la vez asustada, no me salían las palabras, y tampoco sabía qué es lo que pasaría, pero tenía que averiguarlo, ya era muy tarde para mirar atrás. Después de eso, Marcos colocó su mano y una luz cegadora se apoderó del lugar en el que nos encontrábamos y las puertas que, al parecer, no dirigían a ningún lado se abrieron, entramos después de mirarnos las caras y encontramos un lindo paisaje, un cuarto y lo que parecía una sala al estilo egipcio.

Todo era hermoso; de repente, escuchamos una voz, al acercarnos vimos a una persona, para ser más específica una mujer que, al vernos, sonrió; ese hecho me hizo recordar al anciano que me entregó el anillo. Ella se acercó y nos dijo:

-Creo que tienen algo para mí

Los dos nos miramos las manos y esta vez no había un anillo, sino dos que estaban en nuestros dedos meñiques, nos asombramos mucho, pero reaccionamos y le entregamos los dos anillos.

-Me recuerdan mucho cuando yo era solo una pequeña- dijo la extraña, pero bella mujer.

Al darle los dos anillos, un hombre apareció de la nada y me dijo:
-Gracias, sabía que podía confiar en ti

Ellos se sonrieron, se podía notar a simple vista que estaban muy felices, y al ver nuestras caras confundidas empezaron a contarnos:

-Al parecer, no me conocen, me llamo Cleopatra y él es Custos mi protector, somos amantes, que morimos hace mucho; en este momento, solo somos almas. El Dios Anubis no nos dejó estar en el otro mundo, porque nos prometimos que nos volveríamos a ver cuando Custos se fue a la guerra y, como murió, jamás cumplimos dicha promesa, el Dios nos dijo que si tenemos una deuda en este mundo no nos dejara pasar al otro, así que yo esperé aquí, mientras él buscaba a alguien que le fuera posible reencontrarnos y quién más que nuestros descendientes, que pueden entrar a nuestro dulce refugio, otra cosa más, quiero pedirles otro favor, que, quizá, sea un poco egoísta.

Dicho esto, las dos almas se metieron en nuestros cuerpos y solo ellos podían controlarlos, ¿qué tenían planeado?, solo podíamos ver y no reaccionar, ellos se estaban acercando y se abrazaron; luego de eso, apareció una luz de la nada y se fueron de nuestros cuerpos, mientras decían “Gracias”.
Nos quedamos en shock hasta que la tierra empezó a temblar, ¡El lugar se estaba derrumbando!
-Rápido, hay que correr-dije aterrada
-Sí
Corrimos todo lo que pudimos hasta la puerta que logramos atravesar justo a tiempo; luego de eso, la puerta se desintegró, una vez más nos quedamos en shock, hasta que nos empezamos a reír.

-Muy bien si tú eres la descendiente de Cleopatra, entonces eres la Soberana del Nilo, fue un placer su majestad- diciendo esto se fue corriendo para ponerse al día con su grupo.

Yo no podía más y me senté en el piso; entonces, todo tuvo sentido, el porqué me gustaban tanto los gatos, el río Nilo y el señor viejo que me entregó el anillo era Custos que quería ayuda para reencontrarse con Cleopatra, quizás él se metió en el anillo y, por eso, “desapareció”, además de que explica por qué el apellido de Marcos era Custos, pero porqué mi apellido no es el de Cleopatra.Llegue a casa, mi mamá me dijo “Hoy no llegaste tarde, ¿verdad?”, yo decidí preguntarle enseguida:

-Mamá, ¿nuestro apellido era Nea Thea?

-Sí, pero cambió, cuando tu tatarabuelo se casó en Estados Unidos, decidió ponerse el apellido de su mujer.

Ahora todo tiene sentido, pero me siento mal, Marcos era un gran amigo eso me hace sentir triste.
Al terminar las vacaciones, la profesora dijo que hoy se transfería un estudiante y, por alguna razón, ya había sentido esa presencia.

-Estudiantes, él es Marcos Custos sean buenos con él.

¡Qué!, no podía salir de mi asombro, era el mismo Marcos, nos vimos las caras, sonreímos y, en ese momento, escuché, “esto es por habernos ayudado”.

Voltee y no había nadie, excepto mi compañera de clase Lina; por un momento, no entendía, pero por lo que veo o mejor escucho, esa es su manera de pagarnos su reencuentro y acepto la paga con el mayor gusto del mundo.

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